¿Por qué?

Hay veces que las tardes se llenan de silencios, y pasan a convertirse en noches mudas y frías. No puedes dormir y al intentar hablar no encuentras tu voz. Miras los ojos de los demás y sabes que todas las voces han cambiado, incluso la tuya. De todas formas ¿Hay algo que decir? No gastas las pocas energías que te quedan en explicar el terror que sientes y como te llega hasta los tuétanos. Hace unos minutos estabas seguro de que ibas a morir y ahora tiemblas recordando una vez más la cara de los que quieres y dejaste atrás.
Y sabes que los ojos que te miran tienen tanto miedo como tu. ¿Como puede consolar el que no encuentra ni su sombra?

Y sabes que hay días que empiezan, como si fueras a ver fuegos artificiales.
Esa madrugada miraste al cielo buscando una nueva estrella y te imaginaste a todo color una nueva vida. La tenias tan cerca, solo quedaba extender los dedos y tocar la nueva tierra que te acogería, incluso el sol te calentaría más.
No, no hay fuegos artificiales, solo ves los intermitentes de las avionetas que vuelan sobre tu cabeza.
Son los que rastrean la esperanza. Buscadores de personas que sueñan con un futuro mejor. Y como demonios vestidos de luz, santeros de buena voluntad son los que con un solo golpe de radio te señalan y te condenan. Ese sueño se queda tan cerca que notas en la punta de los dedos el calor de su roce.
El mar es tan grande, tú tan pequeño y aun así te han encontrado.Tan cerca y tan lejos.
Con una manta tapan la cara de quien no llegó con vida y se felicitan unos a otros por su buen olfato, por su buena voluntad y por tener que tapar tan solo a uno de ellos.
Pero hay cientos de ojos que no encuentran consuelo, manos rendidas que se aferran a lo único que le han dejado, un cuerpo cansado.
Dedos que no tienen fuerza para limpiar las lágrimas de otros ojos que también son mar.
Las manos que te ayudan a levantarte, te ofrecen un vaso de té caliente y un bocadillo que sabe a derrota. Quisieras hacerles entender, pero no te dejan y te rindes.

Un silencio que solo rompe un periodista con brillo en los labios, que avanza despacio mirando la luz roja de una cámara y que insensiblemente y como si de una plaga de inmundos bichos se tratara, habla de esos cien nuevos problemas que han llegado a la costa. Pasa junto a ellos pero no los ve. No mira sus caras,ni sus ojos, no escucha sus voces, si es que las tuvieran, si la hubieran encontrado.
¿Quien hará las preguntas?. Las respuestas son el mar de muchas personas.

Jamil vendía cinturones. Jamil solo quería vivir. Jamil tenia 16 años, una vez tuvo suerte y lo consiguió. La manta que tapa su carita morena es de Paduana, su hermano Padis la guardó cuando lo trasladaron a donde sea que lo llevaron. Y ayer, mientras le compraba un cinturón que no necesito,él me miraba y en sus ojos leía una simple pregunta que yo quisiera saber contestar ¿Por qué?